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31 March 2010

Los vecinos del enorme cinturón de chabolas que rodea la rica Ciudad del Cabo se rebelan por la falta de váteres

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Los vecinos del enorme cinturón de chabolas que rodea la rica Ciudad del Cabo se rebelan por la falta de váteres

JOAN CANELA BARRULL
JOHANNESBURGO

Ciudad del Cabo es uno de los destinos favoritos de la jet-set global. Hay tiendas de las marcas internacionales de ropa y coches más exclusivas, y actores de Hollywood y millonarios anónimos acuden a sus restaurantes de lujo y se bañan en piscinas privadas colgadas de acantilados sobre el Atlántico. Su inigualable emplazamiento natural –entre una magnífica bahía y la inmensa roca de la Table Mountain– ayuda a que sea, probablemente, la ciudad más bonita de todo el continente africano. También es la más rica.

Pero a pocos kilómetros de este ambiente, un enorme cinturón de chabolas de cartón y hojalata se extiende en un semicírculo que, literalmente, rodea la ciudad formal. Es un espectáculo dantesco que empeora a medida que uno se acerca y conoce a alguna de las centenares de miles de personas que viven sin agua corriente, alcantarillas, luz eléctrica, transporte público ni calles asfaltadas.
Uno por cada 200 vecinos

Es en Khayelitsha, el mayor y más conocido de estos barrios, donde se ha desatado lo que la prensa surafricana ha llamado «la guerra de los baños». En áreas superpobladas y sin alcantarillas no es fácil encontrar un sitio donde hacer las necesidades más íntimas. Mucha gente opta por los orinales que luego vacían al río, y las pocas casas que tienen baño lo alquilan a los vecinos por dinero o a cambio de la limpieza. El resto tiene que hacer larguísimas colas para usar los retretes comunitarios, con una ratio habitual de uno por cada 200 habitantes.

Precisamente los baños son una de las reivindicaciones de la oleada de revueltas que vienen afectando estos suburbios desde el invierno pasado. Para resolver las peticiones vecinales sin gastar mucho dinero, el Gobierno regional de Cabo Occidental decidió abastecer Khayelitsha con los llamados «retretes sin muros», en los que no hay nada que tape a quien hace sus necesidades de las miradas de los transeúntes. La medida ha tenido la ventaja de acortar las colas, pues la mayoría de los residentes se niegan a usarlos. Los que se atreven tienen que improvisar pequeñas cabañas con mantas y sábanas.

Medida «racista»

Pero, obviamente, los nuevos retretes no han servido para que disminuyan las críticas sino todo lo contrario. La activista vecinal Mzonke Poni ha descrito la situación como una «grave violación de los derechos humanos» y su grupo, Abahlali Basemjondolo, ha prometido que elevará una queja al Alto Comisionado de Derechos Humanos de Suráfrica. El Congreso Nacional Africano –el partido gubernamental, pero que en esta provincia está en la oposición–, ha tildado la medida de «racista».

Por su parte, un portavoz del Gobierno regional asegura que los baños solo se instalaron con el compromiso de que «los propios residentes construirían los muros». Algo difícil de conseguir en unas zonas donde la mayoría de los vecinos están instalados ilegalmente, ya que «con el miedo a un desalojo inmediato, difícilmente van a invertir» en este tipo de infraestructura, responde Mzonke Poni.

Peor que Brasil

Con este paisaje de fondo, la ciudad visualiza de manera práctica los resultados del informe que el Parlamento surafricano encargó al profesor de Economía de la Universidad de Ciudad del Cabo Haroon Bhorat, quien lo presentó a la Cámara días atrás. «Somos la sociedad más desigual del mundo», resumía lacónicamente Bhorat.
El estudio aplica el llamado coeficiente Gini, que calcula la diferencia de rentas en una escala del 0 al 1. Un 0 sería una sociedad idealmente igual, y un 1, la máxima diferencia. Por encima de 0,5 se considera que es inaceptablemente alta. Según el trabajo de Bhorat, Suráfrica se encuentra en un 0,679, superando por primera vez a Brasil, que ha reducido sustancialmente su desigualdad gracias a «una política de becas y de apoyo a los pequeños emprendedores», destaca el informe.

«A largo plazo estas diferencias son malas para el crecimiento económico y una amenaza para la estabilidad», advertía Bhorat a los diputados. Y a corto plazo suponen un grave problema intestinal, seguramente agregarían muchos habitantes de Khayelitsha.