Skip to content
10 March 2015

El Pais: ‘Dear Mandela’: retrato de la lucha por la dignidad en Sudáfrica

http://elpais.com/elpais/2015/02/18/planeta_futuro/1424275030_563723.html

Vanessa Ananya

Dear Mandela (2012) narra en una hora y media un pedazo de historia de uno de los movimientos de base más importantes de Sudáfrica: Abahlali baseMjondolo (‘habitantes de las chabolas’ en lengua zulú). Abahlali nació en 2005 en Durban (al este del país) con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de las comunidades que viven en chabolas a través de la ocupación de terrenos vacíos para proporcionar un techo a los miembros de la comunidad, “exigiendo el valor social por encima del valor comercial de los terrenos urbanos” y de la resistencia a los desalojos que sufre la comunidad. Su razón de ser son los 20 millones de personas que viven en townships (zonas creadas durante el apartheid para la población negra y donde habitualmente no hay acceso a los servicios básicos) de los cuales tres millones y medio viven en asentamientos informales. Estos son constantemente demolidos y desalojados por el Gobierno de forma ilegal (de acuerdo con el artículo 26 de la Constitución), sin ofrecer una alternativa a las familias que se quedan sin techo. Todo un dejà vu.

Dentro de esta realidad, Dear Mandela logra contagiarnos la esperanza de que las nuevas generaciones tienen el futuro en sus manos y de que su lucha busca una sociedad más justa: “Me llamó la atención de inmediato la filosofía de Abahlali. No sólo hablaban de lo que falla en Sudáfrica, sino que también han ido articulando una visión profunda de lo que podría ser el mundo y cómo podríamos construir una sociedad basada en el respeto, donde todo el mundo cuente. Suena utópico pero son muy prácticos al respecto. Lo llaman ‘política de convivencia’. Consiste en tratar a las personas con respeto, proporcionándoles las cosas —agua, electricidad, aseos— que todo el mundo necesita para vivir una vida digna. Se trata de que el Gobierno consulte a la gente, en lugar de expulsarlos y dejarlos sin hogar”. Dara Kell, co-directora del documental junto con Christopher Nizza, explica de dónde surgió la idea de filmar la cotidianidad de unos de los principales movimientos sociales de Sudáfrica. “Nos dimos cuenta que los jóvenes se involucraban cada vez más en los roles dentro del movimiento. Muchos de ellos eran demasiado jóvenes para recordar el día glorioso en el que Nelson Mandela salió en libertad en 1990. Eran apasionados y convincentes —en absoluto una generación perdida—. No podíamos dejarlo pasar. Sabíamos que teníamos que hacer la película”, añade.

Lejos de alcanzar la “mejor vida para todos” que prometió en su discurso de aquel 2 de mayo de 1994 tras ganar las primeras elecciones democráticas del país, Nelson Mandela es aún un símbolo de esa esperanza de cambio para gran parte de la población, incluidos los jóvenes: “Me gustaría encontrarme con Nelson Mandela y preguntarle cómo se siente con respecto a estas condiciones inestables en las que vivimos después de haber estado 27 años en [la cárcel de] Robben Island por conseguir una mejor vida para todos. Él es como Jesucristo. No me gusta el hecho de que haya sido encarcelado por algo que nunca se ha conseguido”, afirma en el documental Mnikelo, un joven de la comunidad.

Y Mandela aparece así a lo largo de la película como un icono presente todavía hoy en la vida de muchas personas: “Cuando estábamos filmando, la imagen de Mandela aparecía a menudo pegada en las paredes de las chabolas. También estaba presente en aulas y empresas, así que empezamos a filmar estas imágenes. Mandela, de alguna manera nos estaba mirando y era una manera interesante, y a veces inquietante, de explorar su legado y el de los arquitectos de nuestra incipiente democracia. No hemos podido entrevistar a Mandela, pero su espíritu estaba allí. Tampoco existe una carta real a Mandela en la película, pero es un recordatorio de que no lucharon sólo por el derecho al voto, sino por una visión mucho más amplia y radical de una sociedad justa”. Kell explica así qué le da el título al documental.

El proceso de grabación no fue fácil. Tras la reunión entre los directores y Abahlali para proponerles realizar el documental, sus miembros sometieron a votación si se les permitía a Kell y Nizza el acceso con cámaras o no. En la votación ganó el sí y ahí empezó un proceso complicado en el que tuvieron que hacer frente a diferentes obstáculos: “Se procedió lentamente con la grabación, y tratamos de entender cómo es la vida diaria en los asentamientos, y lo que el movimiento estaba intentando conseguir. A mitad de la producción, durante una reunión nocturna que estábamos filmando, el asentamiento fue atacado por una misteriosa pandilla armada y tuvimos que correr para salvar nuestras vidas. Los días siguientes fueron aterradores: el líder del movimiento, S’bu Zikode, estaba recibiendo amenazas de muerte y se demolieron las chabolas de los líderes. Miles de personas huían del asentamiento con lo que podían cargar. Teníamos solo un coche cerca y ayudamos a la gente a escapar. Sentimos la responsabilidad de dar testimonio de lo que estaba sucediendo. Pasar por una experiencia cercana a la muerte con ellos realmente fortaleció nuestra relación, lo que ha ido más allá de la típica relación  entre director y sujeto. Sé que vamos a estar involucrados en sus vidas durante mucho tiempo”.

Este episodio que los directores presenciaron y que pudieron filmar hace referencia al ataque al asentamiento de Kennedy Road en septiembre de 2009, dando muestra así de la represión que está sufriendo este y otros movimientos similares. A la vez, el documental se centra en la vida cotidiana en las chabolas, los problemas y los anhelos de varios miembros de la comunidad y su lucha por tener unas condiciones de vida dignas.

A pesar de los escasos medios con los que han contado los directores para la realización de documental, el trabajo ha salido adelante gracias al compromiso de varios profesionales que han aportado su granito de arena de forma voluntaria. La recompensa ha sido la gran acogida que ha tenido el trabajo a nivel nacional e internacional, la proyección en festivales, universidades, centros comunitarios, barrios más pobres, el gran número de premios recibidos etc., así como su utilización por parte de abogados y activistas. Al fin y al cabo, este documento gráfico es una potente herramienta para concienciar y llegar a un público ajeno a esta realidad a la que se enfrentan un gran número de personas en Sudáfrica.